Venezuela está en el abismo y en esa profundidad la confusión es mayor.
Los venezolanos, por ahora, vivimos en un entorno confuso. “Si no sabes a dónde vas, qué importa a dónde llegues” le dice Alicia a su interlocutor en el libro El País de las Maravillas. La fuente principal de la desorientación está en la realpolitik.
De verdad no sabemos hacia dónde vamos y, lo peor, hacia dónde debemos ir. Votar o no votar sigue siendo una decisión sin horizonte claro y hasta de controversias y polarización. Lo mismo está ocurriendo con el diálogo entre los sectores de la sociedad civil y el gobierno de Maduro.
En la semana que recién finaliza se inició en Venezuela un nuevo intento de diálogo político nacional, no obstante el carácter satánico que se le ha asignado a los intentos anteriores. En el lapso semanal se realizaron dos encuentros con intervalo no mayor de 48 horas: el primero con Fedecámaras y el segundo con representantes de las universidades.
La presencia de Fedecámaras en la cita con el gobierno ha tenido cierto impacto en la opinión pública nacional. El presidente de la Institución fue invitado a no menos de cinco entrevistas en medios de alcance nacional en las 48 horas siguientes al encuentro inicial, mientras que en las fustigantes redes sociales el debate no se hizo esperar. Algo muy diferente es lo ocurrido con el encuentro de la Comisión de Diálogo y representantes de las universidades.
Aceptar una invitación para el diálogo de quienes han fracasado reiteradamente, no es fácil, sobre todo por la estigmatización que recae en el aceptante cuando el intento termina sin éxito, y rechazar la convocatoria es una decisión que no cabe en mentes sensatas. Ese fue el trance superado de manera positiva por Fedecámaras ante la casi sorpresiva invitación de la dirigencia oficial. Y sobrevino lo esperado: la realización de un encuentro inmediato, cargado de promesas y esperanzas, pero también en un contexto donde la desconfianza juega garrote. Para el gremio empresarial la interlocución con el sector oficial ha sido en más de cuatro décadas un puente permanente y hasta la esencia misma de la Organización. De modo que esta vez el “sí” ha tenido el sentido positivo que nunca antes tuvo.
Los no creyentes en el diálogo deberían entender por encima de cualquier posición dogmática que se trata de una oportunidad para decirle una vez más al gobierno cuáles son sus fallas y errores en materia económica y cuáles las soluciones necesarias. ¿Qué tiene esto de malo?
A diferencia de los intentos anteriores, esta vez el diálogo con los sectores de la sociedad civil tiene características muy importantes, entre otras, las siguientes:
1.- Se observa bastante abierto y con mayor amplitud que los anteriores, según los anuncios oficiales.
2.- Persiste la desconfianza en mucha gente respecto al diálogo. Ese es un factor de mucha fuerza que atenta contra los propósitos trazados.
3.- Hasta ahora no están claros el por qué y para qué se va a un nuevo proceso de diálogo. Para el gobierno el propósito es buscar la paz y la reconciliación nacional, además de “las victorias tempranas” a las cuales aludió Jorge Rodríguez al final del encentro en Fedecámaras. Ambos son conceptos relacionados y no excluyentes, pero un tanto generales y abstractos.
4.- Tampoco se conoce de manera precisa la agenda de asuntos a discutir, tanto los de carácter básico como los sectoriales. Los temas surgen sobre la marcha.
5.- Por lo visto hasta ahora, la renovada estrategia del gobierno respecto al diálogo margina a los partidos políticos de oposición y concentra la convocatoria en organizaciones de la sociedad civil.
Dos consideraciones finales:
1) en todo proceso de diálogo y negociación siempre hay un mínimo de desconfianza; lo malo está cuando ese mínimo pasa a dimensiones mayores.
2) la negociación es la opción más factible de todas para el caso actual de Venezuela, no hay otra; para lograrla las partes tienen que ceder porque se trata de un proceso de “toma y dame”.
¿Es malo dialogar? Según el diputado y ex directivo del BCV, José Guerra, el diálogo entre Fedecámaras y el oficialismo no es malo.